Comentario
Al hundirse la magna sublevación tramada por los sátrapas occidentales, aliados con el rebelde Egipto, contra el anciano rey Artajerjes II (362 a. C.), la represión regia fue calculada y desigual. Hubo sátrapas que fueron asesinados, alguno incluso sufrió crucifixión, pero, por el contrario, Mausolo de Caria conservó su provincia, y con ella la discreta autonomía de que gozaba desde tiempo atrás. A partir de ese momento, y hasta el de su muerte (353 a. C.), se comportaría como fiel vasallo de su señor, volviendo sus afanes expansionistas hacia el Egeo; al fin y al cabo, hacía generaciones que los sátrapas de Asia Menor vivían en contacto más directo con Grecia que con la lejana capital de su imperio, y hasta las monedas que acuñaban tenían un carácter helénico inconfundible.
Mausolo, durante años, se convirtió por tanto en una pieza más dentro del ya complejo tablero de la política griega; y hasta puede decirse que Atenas le debió el primer golpe serio a su renacido poder. El sátrapa, en efecto, aliado con Quíos, Rodas y Bizancio, venció a las naves áticas (356 a. C.), y con ello provocó el desmantelamiento de la confederación capitaneada por Atenas.
Sintiendo ya cercana su muerte, decidió Mausolo construirse en Halicarnaso, su capital, una tumba en forma de casa o templo, como las que se veían a menudo en el sur de Anatolia (recuérdese el Monumento de las Nereidas de tantos, por ejemplo), pero mucho mayor. Para ello, envió emisarios a Grecia en busca de artistas, y encargó a su hermana y esposa Artemisia, que le quería con legendaria pasión, que se ocupase de concluir las obras.
El Mausoleo de Halicarnaso, que sería recordado por los siglos futuros como una de las siete maravillas del mundo, supuso en el siglo IV a. C. la mayor concentración de artistas griegos que imaginarse pudiese. Los emisarios del sátrapa lograron, en efecto, reunir en torno a sus obras a todos los grandes arquitectos y escultores activos por entonces, con las solas excepciones de Praxíteles y del aún muy joven Lisipo. Un catálogo de quienes instalaron sus talleres en Halicarnaso en torno al 350 a. C. equivale casi a un resumen del Segundo Clasicismo.